Bigas Luna, la atracción de lo matérico.

La inauguración de la exposición de Bigas Luna en Can Framis, el Museo de la Fundación Vilacasas ha constituido todo un evento social, su capacidad de convocatoria es tan evidente como su poliédrica creatividad, bien patente en la muestra.
Gloria Bosch ha hecho un muy buen trabajo con la inestimable colaboración de quien conoce mejor de primera mano Pere Soldevila galerista de la desaparecida  Metropolitana dotado de buen criterio y sensibilidad. El montaje, excelente  demuestra esa querencia del cineasta por  dos cosas esenciales: la tierra y la pintura. No muchos saben que fue undestacado diseñador antes de dedicarse al cine y que siempre ejerció en paralelo la pintura como una labor intimista, introspectiva, que le ponía en contacto consigo mismo y con la naturaleza. Una naturaleza cotidiana que le rodeaba en su estudio-vivienda situado en pleno campo en el Tarragonès donde cultivaba su propio huerto.
Bien significativo a ese respecto es su costumbre de envejecer a la intemperie los papeles, lienzos y demás soportes de sus obras, involucrando en el proceso creativo de forma determinante a la naturaleza, sus fenómenos (lluvia, sol…) y el paso del tiempo.  Insectos, hojas, se incorporan a las piezas de forma natural así como sus propios  guiones y no hay más cromatismo que los tonos terrosos. Encauzaba así ineludibles impulsos expresivos,  atraído por esa inmediatez de la pintura y ese sentirse físicamente unido a la propia obra de una forma que el cine por su “inmaterialidad” no le permitía. Esta vertiente en la que trabajó incansablemente (dejó más de dos mil obras sin contar las pequeñas “Cares de l’ànima) del autor nos lo dibuja  como un creador transversal, pluridisciplinar, inquieto, apegado a la tierra y a sus frutos, como Miró.
Raquel Medina

Louise Bourgeois, el infierno como catarsis

La exposición de Louise Bourgeois  en el Museo Picasso de Málaga nos muestra en el recorrido por casi toda su trayectoria el yo sufriente de la autora en constante huida de los infiernos mediante la creatividad más honda, poética y desgarradora.  La primera parte de un texto bordado en una de sus obras “He estado en el infierno y he vuelto. Y déjame decirte que fue maravilloso” da título a la exposición compuesta por piezas reveladoras de esa angustia existencial, de esa zozobra interior de la que ella misma se declara vencedora. Inquietantes obras realizadas generalmente en materiales no “nobles” (en su mayoría trapos cosidos) que conllevan en sí mismas una actitud, un simbolismo  y un concepto vinculables al expresionismo entendido como fenómeno amplísimo e intemporal y a esa tendencia de escultura “blanda” con cariz feminista de la que fue pionera y que tantos seguidores(as)  sigue cosechando.


Al margen del icono ya ineludible de la araña que pese a su amenazante tamaño hace referencia al amor hacia  su madre de salud muy frágil y que tejía tapices, en conjunto las obras que componen la muestra, parte de ellas inéditas,  son en sí mismas turbadoras, no admiten la contemplación indiferente, y transmiten angustias, gozos, fobias, anhelos, sentimientos intensos, desde la más profunda introspección, desnudando sin ambages su alma atormentada y desvelando su biografía más íntima.


El montaje de la muestra, pese a su quizás excesiva pulcritud y luminosidad, no impide que las obras se impongan en todo su dramatismo intrínseco y causen en el espectador un desasosiego que es el clima imperante en buena parte de la muestra.


Destaca la interesante obra sobre papel cuyos mensajes escritos ayudan a entender el pensamiento de la artista, y las piezas, numerosas, que hacen referencia a las relaciones humanas (más de las  que figuran bajo ese epígrafe en el recorrido)  alusivas a la ternura, el compañerismo, el sexo o la maternidad, algunas incluso gozosas, realmente vibrantes y conmovedoras, capaces de conectar con el visitante.


El conjunto nos sumerge en el fascinante universo de tan longeva autora, que trabajó de forma visceral y auténtica desde su juventud  hasta que murió ya nonagenaria, aunque no alcanzó verdadero reconocimiento  hasta contar con más de setenta años, circunstancia que quizás debería abrir los ojos a quienes sólo buscan  valores “emergentes” (léase veinteañeros) en el mercado del arte.


Raquel  Medina