Louise Bourgeois, el infierno como catarsis

La exposición de Louise Bourgeois  en el Museo Picasso de Málaga nos muestra en el recorrido por casi toda su trayectoria el yo sufriente de la autora en constante huida de los infiernos mediante la creatividad más honda, poética y desgarradora.  La primera parte de un texto bordado en una de sus obras “He estado en el infierno y he vuelto. Y déjame decirte que fue maravilloso” da título a la exposición compuesta por piezas reveladoras de esa angustia existencial, de esa zozobra interior de la que ella misma se declara vencedora. Inquietantes obras realizadas generalmente en materiales no “nobles” (en su mayoría trapos cosidos) que conllevan en sí mismas una actitud, un simbolismo  y un concepto vinculables al expresionismo entendido como fenómeno amplísimo e intemporal y a esa tendencia de escultura “blanda” con cariz feminista de la que fue pionera y que tantos seguidores(as)  sigue cosechando.


Al margen del icono ya ineludible de la araña que pese a su amenazante tamaño hace referencia al amor hacia  su madre de salud muy frágil y que tejía tapices, en conjunto las obras que componen la muestra, parte de ellas inéditas,  son en sí mismas turbadoras, no admiten la contemplación indiferente, y transmiten angustias, gozos, fobias, anhelos, sentimientos intensos, desde la más profunda introspección, desnudando sin ambages su alma atormentada y desvelando su biografía más íntima.


El montaje de la muestra, pese a su quizás excesiva pulcritud y luminosidad, no impide que las obras se impongan en todo su dramatismo intrínseco y causen en el espectador un desasosiego que es el clima imperante en buena parte de la muestra.


Destaca la interesante obra sobre papel cuyos mensajes escritos ayudan a entender el pensamiento de la artista, y las piezas, numerosas, que hacen referencia a las relaciones humanas (más de las  que figuran bajo ese epígrafe en el recorrido)  alusivas a la ternura, el compañerismo, el sexo o la maternidad, algunas incluso gozosas, realmente vibrantes y conmovedoras, capaces de conectar con el visitante.


El conjunto nos sumerge en el fascinante universo de tan longeva autora, que trabajó de forma visceral y auténtica desde su juventud  hasta que murió ya nonagenaria, aunque no alcanzó verdadero reconocimiento  hasta contar con más de setenta años, circunstancia que quizás debería abrir los ojos a quienes sólo buscan  valores “emergentes” (léase veinteañeros) en el mercado del arte.


Raquel  Medina