Bigas Luna, la atracción de lo matérico.

La inauguración de la exposición de Bigas Luna en Can Framis, el Museo de la Fundación Vilacasas ha constituido todo un evento social, su capacidad de convocatoria es tan evidente como su poliédrica creatividad, bien patente en la muestra.
Gloria Bosch ha hecho un muy buen trabajo con la inestimable colaboración de quien conoce mejor de primera mano Pere Soldevila galerista de la desaparecida  Metropolitana dotado de buen criterio y sensibilidad. El montaje, excelente  demuestra esa querencia del cineasta por  dos cosas esenciales: la tierra y la pintura. No muchos saben que fue undestacado diseñador antes de dedicarse al cine y que siempre ejerció en paralelo la pintura como una labor intimista, introspectiva, que le ponía en contacto consigo mismo y con la naturaleza. Una naturaleza cotidiana que le rodeaba en su estudio-vivienda situado en pleno campo en el Tarragonès donde cultivaba su propio huerto.
Bien significativo a ese respecto es su costumbre de envejecer a la intemperie los papeles, lienzos y demás soportes de sus obras, involucrando en el proceso creativo de forma determinante a la naturaleza, sus fenómenos (lluvia, sol…) y el paso del tiempo.  Insectos, hojas, se incorporan a las piezas de forma natural así como sus propios  guiones y no hay más cromatismo que los tonos terrosos. Encauzaba así ineludibles impulsos expresivos,  atraído por esa inmediatez de la pintura y ese sentirse físicamente unido a la propia obra de una forma que el cine por su “inmaterialidad” no le permitía. Esta vertiente en la que trabajó incansablemente (dejó más de dos mil obras sin contar las pequeñas “Cares de l’ànima) del autor nos lo dibuja  como un creador transversal, pluridisciplinar, inquieto, apegado a la tierra y a sus frutos, como Miró.
Raquel Medina